Entre lo obscuro y abandonado, se escuchan gritos, silencio. Ignora lo ocurrido. Escapa del infortunio que le esperaba, el hombre simplemente ha desaparecido, no ha causado daño. Camina presurosa unos cuantos metros. Ve una luz, la sigue. Confundida por la situación entra en aquel bar. Decadente y bohemio, tal como lo esperaba. No había pasado mucho tiempo, aun merodeaban por sus ojos y oídos un millar de sensaciones, únicas e irrepetibles. Sentada, casi inerte, solo aquel vaso medio lleno de ron. El miedo, lo siente. Una respiración la acosa, no sabe qué hacer. Puede ponerse de pie e intentar huir, o bien, puede quedarse ahí, en esa esquina, casi muerta o casi viva. Levanta la mirada, y ahí la ve, en la ventana, posada con gran decisión, una luz de neón que casi le devuelve el sentido. Intensa, viva, precisa e inmóvil. Parece que supiera lo que ha pasado, mas no la juzga.
Decide devolver la mirada, y ahí lo ve. Es un hombre mayor, inmaduro. Inquieto pero tímido. Se presenta, nada del otro mundo, nada que valga la pena explorar, lo ignora. El ron se ha ido consumiendo. Su mirada sigue divagando.
En la esquina opuesta, una pareja discute, se besan. Se levantan y se van. Incoherencia piensa en sus adentros. Mientras salen una mujer ingresa, se sitúa en la barra. Lagrimas ruedan por sus mejías, un cigarro, dos, así van esos soldaditos de tabaco creando una guerra en la boca, una guerra de nunca acabar…
Alboroto, recuerdo, pánico y paranoia, unas nuevas luces se asoman por el bar. La justicia anda buscando a un asesino. El morbo crece. El lugar ha quedado vacío, solo la mujer y le eterna luz de neón deciden esperar.
Mientras espera, la decepción la agobia, debe salir, la policía sigue afuera, no hay tiempo para autocompasión. Un pequeño escalofrió se asoma por su espalda.
Respira profundo, erguida y segura abandona el bar, claro, no sin antes ...desaparecer el arma.
A. La Leche